28 de diciembre de 2007

Más circo y menos sol

Hace algunos ayeres, cuando fui a ver “Alegría” dije que al Cirque du soleil le faltaba circo y le sobraba sol. Es decir, que era un excelente espectáculo, brillante, pero de “incendio de teatro”, como dijera Machado; mucha coreografía, mucha representación, es decir, mucha luz, mucho sol, pero poco del realismo que debería tener el circo, para ser merecedor de ese nombre.

Y sigo con la misma idea ahora que fui a ver “Quidam”. Los actos, a pesar de todo, en mi opinión, eran más circenses, si se me permite la expresión. Quiero decir, que había un mayor componente de actos que uno vería en un buen circo, actos de auténtica habilidad física que implican riesgos reales (sólo en un acto noté que hubiera equipo de seguridad: un arnés). Sin embargo, “Alegría” me pareció más espectacular, más deslumbrante: todavía más sol y menos circo.

Quidam”, empero, me gustó más que “Alegría”. Tal vez porque es menos coreográfico y más narrativo. Me explico: la estructura narrativa de “Quidam” es más explícita, más evidente. Quidam (palabra francesa de origen) es una figura anónima, un fulano cualquiera perdido entre la gente. Un don nadie, vaya. Alguien sin rostro, de manera totalmente literal en este caso: no tiene ni siquiera cabeza.

La historia, por supuesto, no se centra en Quidam, sino en una niña, Zoe, cuyos padres están separados; se puede observar cómo corre de uno a otro sin encontrar el afecto familiar que busca. Desesperada en su soledad, encuentra a Quidam, quien deja (¿olvidado?) su sombrero al alcance de la niña, que se lo pone. Entonces comienza la magia: los padres vuelan por los aires y desaparecen y ella se encuentra inmersa en un mundo de seres maravillosos (como algún fugaz conejo, que recuerda de cierta forma al de Alicia). En este mundo fantástico, los padres terminan por re-encontrarse y sobreviene el final feliz, con la familia reunida; Zoe devuelve el sombrero a Quidam.

Algo, además, que llamó mi atención fue el inmenso despliegue tecnológico que soporta al espectáculo completo. El factor tecnológico, creo yo, debería ser considerado como parte misma de “Quidam”, pues los recursos tecnológicos no sólo hacen posible el espectáculo (digamos los equipos de iluminación y sonido). Estos recursos ni siquiera están disfrazados la mayor parte del tiempo, sino que son evidentes, están integrados en el diseño del escenario y de las acciones.

En fin, en mi opinión, bien valió el precio del boleto para ver de nuevo al Cirque du soleil.

19 de noviembre de 2007

Aniversario de Capablanca


El día de hoy tiene especial significado para nosotros, los aficionados al ajedrez; precisamente el 19 de noviembre, pero de 1888, nació quien probablemente fuera el más grande genio (al menos desde que se tienen registros confiables) del “deporte ciencia”: José Raúl Capablanca y Graupera (1888-1942).

En 1921 el alemán Emmanuel Lasker (1868-1941) era campeón del mundo: llevaba 27 años ostentando esa distinción; nadie, antes ni después, ha sido oficialmente campeón mundial de ajedrez tanto tiempo como él. Lasker se dio cuenta del fabuloso ascenso del joven ajedrecista habanero, que en ese momento de su carrera era casi imposible de vencer: hacía cosa de cinco años que no perdía un solo partido oficial. Siendo, como era, un asombroso estratega (y amigo de Albert Einstein), Lasker, renunció a su título a favor de una joven promesa que era ya una realidad: el cubano Capablanca. De esta surte, el alemán no perdería el título.

A Capablanca, sin embargo, no le pareció bien obtener el campeonato mundial por, digamos, abdicación del anterior monarca, así que se realizó, de todas formas, el match entre, probablemente, las dos más grandes mentes del ajedrez en el mundo moderno. Lasker no logró ganar ni una sola partida, lo más que logró fue obtener tablas (es decir, empatar) 10 de ellas; Capablanca se coronó vencedor con 4 victorias. El puntaje final fue 9 a 5. La crónica en inglés de este acontecimiento y algunas de las partidas del match se pueden consultar en “Lasker vs Capablanca 1921”, en ChessGames.com.

José Raúl Capablanca fue hijo de un oficial del ejército español destacado en Cuba, que aún no era independiente; esto les permitía vivir de manera holgada, pero sin demasiados lujos. Su padre, don José María Capablanca, aunque aficionado al ajedrez, era un jugador bastante pobre, que jamás enseñó a su hijo a jugar.

Según parece, José Raúl aprendió por sí mismo al observar a su padre jugar con sus amigos. Un día, incluso, don José María movió un caballo de un escaque blanco a otro del mismo color (lo que no es posible, de acurdo con las reglas de este apasionante juego), cosa que su hijo le señaló, para gran sorpresa de todos, pues nadie sabía que Pepito (perdón por la licencia) había aprendido a mover las piezas. En seguida derrotó a su padre en lo que fue la primera partida del llamado “Mozart del ajedrez”: el gran Capablanca tenía apenas 4 años. Algo después, en 1901, cuando contaba sólo 12 años, derrotó al campeón nacional de Cuba, Juan Corzo: 4 victorias, 3 derrotas y 6 tablas.

La familia Capablanca no contaba con los recursos económicos para, como deseaban, enviar a su hijo a estudiar al extranjero; gracias a sus buenos resultados académicos, sin embargo, Ramón San Pelayo financió sus estudios en Estados Unidos. Sin embargo, José Raúl no estaba interesado en el futuro de ingeniero químico que tenía por delante: el gusanillo del ajedrez había anidado en él y jalaba su atención permanentemente, hasta que abandonó los estudios.

Comenzó a frecuentar el Club de Ajedrez de Manhattan, en 1905. Fue allí donde, el 6 de abril de 1906, ganó un torneo relámpago al vencer por primera vez al gran Lasker (que, si hacemos cuentas, llevaba ya más de una década como campeón mundial indiscutido). De esta manera se dio a conocer en el mundo ajedrecístico el nombre de Capablanca, con gran sorpresa de todos. Lasker felicitó a Capablanca diciendo algo así como: "Es notable joven: usted no ha cometido ningún error".

En 1909 derrotó al gran maestro estadounidense Frank Marshall (1877-1944), quien sólo dos años atrás había intentado arrebatarle, sin éxito, el campeonato mundial a Lasker. Marshall apoyó desde ese momento a Capablanca y consiguió que fuera invitado al torneo de San Sebastián en 1911. A pesar de la oposición de grandes jugadores, entre ellos Ossip Bernstein (1882-1962) y Aaron Nimzowitsch (1886-1935), Capablanca jugó aunque jamás había ganado alguno de los grandes torneos.

Capablanca venció a sus dos grandes detractores. A Bernstein lo derrotó en una partida memorable, que fue galardonada con el premio a la brillantez; a Nimzowitsch lo venció en la final proclamándose así campeón.

Con Nimzowitsch el enfrentamiento fue aún más allá: durante un enfrentamiento, Capablanca realizó un comentario que molestó al campeón danés (Nimzowitsch era de nacionalidad danesa a pesar de haber nacido en Riga, Letonia; curiosamente, nació en noviembre, al igual que Capablanca, aunque dos años y 12 días antes). Nimzowitsch, indignado dio una respuesta que, traducida, sería algo así: “Los jugadores sin trayectoria deberían mantener la boca cerrada en presencia de sus superiores”. Esto, por supuesto, no detuvo a Capablanca quien respondió retando a Nimzowitsch a un match de juegos rápidos, en los que el cubano obtuvo fácilmente la victoria.

Debemos aclarar que Capablanca es famoso por su juego rápido e intuitivo, en el que no tenía rival. En cambio, en los juegos largos, se desesperaba y cometía errores. Los finales complicados después de una partida larga eran verdaderos martirios para este genial jugador.

Sin embargo, la peor de las relaciones ajedrecísticas no fue con Nizowitsch, quien terminó por reconocer a Capablanca y su indudable talento. Fue con el ruso (nacionalizado francés) Alexander Alexandrovich Alekhine (1892-1946), curiosamente también nacido en noviembre. Fue este jugador quien, en un controvertido match (Capablanca estaba enfermo y ofreció declarar empatado el encuentro), despojó al cubano de su título de campeón mundial, en Buenos Aires, en 1927.

A pesar de todos los pronósticos, que daban a Capablanca indudable y pronto vencedor, fue uno de los encuentros de campeonato mundial más largos de la historia (con un total de 34 partidas), sólo superado por el histórico enfrentamiento (que se extendió fuera del tablero e incluso del mundo del ajedrez) entre los soviéticos Anatoli Evguenevich Karpov y Garry Kimovich Kasparov, en 1985.

Es necesario apuntar que, para tener acceso al match por el campeonato mundial, el retador tenía que proveer una fuerte suma de dinero que Alekhine no aportó: lo hizo un grupo de empresarios argentinos. Además, existía otra condición: una revancha forzosa, que Alekhine, traidoramente, se negó a jugar; muchos años después, el ruso expresó “Ni siquiera ahora entiendo, después de tantos años, cómo pude ganarle a Capablanca en el match de 1927”, yo creo que sí lo sabía: la mala salud de Capablanca (y su incidencia en el desarrollo de las partidas) era evidente para todos.

En 1935 el doctor Alekhine (así era conocido, pero no se ha encontrado evidencia alguna de que, en efecto, hubiera obtenido su presunto doctorado en la Sorbona) perdió el título ante Max Euwe (1901-1981), ajedrecista neerlandés que, a diferencia de la vergonzosa conducta de su rival ante Capablanca, sí aceptó jugar el match de revancha, en 1937. Gracias a ello Alekhine logró recuperar su título, pero, cobardemente, jamás volvió a enfrentarse con Capablanca por el campeonato mundial. Una coincidencia más: Euwe murió en noviembre.

El 7 de marzo de 1942 Capablanca se encontraba jugando en el Club de Ajedrez de Manhattan, haciendo, como era su costumbre, bromas sobre las jugadas y divirtiéndose con lo que, para él, seguía siendo un juego (y no una profesión o un trabajo, como para los demás grandes ajedrecistas de su tiempo). En cierto momento se puso de pie y solicitó que le ayudaran a quitar el abrigo.

Los asistentes que se acercaron a ayudarle tuvieron la desagradable sorpresa de recibir en sus brazos al propio Capablanca, que fue enviado, de inmediato, al Hospital Monte Sinaí, al que llegó en coma. Nada se pudo hacer, y el más grande genio del ajedrez murió a las 5:30 de la madrugada, en el mismo hospital donde, el año anterior, había muerto el estratega más grande: Emmanuel Lasker.

Toda la comunidad ajedrecística demostró su consternación. Incluso el propio Alekhine expresó: “Capablanca le fue arrebatado antes de tiempo al mundo del ajedrez. Con su muerte, hemos perdido a un gran genio ajedrecístico, uno de cuyo calibre no volveremos a ver jamás”.

Coincido con Alekhine en que ese 8 de marzo se perdió el mayor genio del ajedrez, pues, según el propio Alekhine, Capablanca era el más grande jugador de ajedrez de todo los tiempos. Tal vez, creo yo, haya habido otros ajedrecistas más grandes que él, pero ninguno fue, como José Raúl Capablanca, tan grande jugador de ajedrez.

[La imagen que acompaña a esta entrada corresponde a una partida entre Capablanca (a la izquierda) y Lasker, en 1925, tomada de Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Ra%C3%BAl_Capablanca#Campe.C3.B3n_Mundial]

12 de octubre de 2007

12 de octubre

El 12 de octubre es un día de contradicciones. Aunque un tanto olvidado, hoy se celebra algo importante. Algunos hablan del descubrimiento de América; otros, del encuentro (o del choque incluso) de dos mundos; otros más, del día de la raza, y no falta quien encienda veladoras a la Virgn del Pilar. Pero no: busquemos debajo de esas superficies qué hay para celebrar hoy.

En este día, los ánimos se exacerban: el nacionalismo chauvinista latinoamericéntrico (y perdonen el neologismo) vuelca su odio contra los Europeos; el globalismo paternalista eurocéntrico, abre los brazos a las colonias explotadas.

Del lado eurocéntrico nos hablan del descubrimiento de América, un gran absurdo repetido en los libros de Historia de ambos lados del Atlántico.

A pesar de que, efectivamente, fue a partir del 12 de octubre de 1492 que los europeos comenzaron a colonizar y conquistar el "otro" continente, que en ese entonces se creyó parte de la India, no estaban descubriendo nada. Al parecer, algunos siglos atrás los vikingos habían topado con América. Y antes, los chinos.

Pero a ninguno de ellos cabe la distinción de haber descubierto por vez primera América: mucho antes, miles de años atrás, poblaciones aventureras, en su interminable recorrer el mundo, llegaron a este continente; si fue por Beringia o por Terranova, si fue un único grupo o fueron varios, no está del todo claro aún. Lo que está claro es que ellos sí que fueron los primeros en llegar a suelo americano.

Del lado americano, por el contrario, se dice que fue el encuentro de dos mundos; que América fue descubierta por los americanos (es decir, por los ancestros casi míticos de los pueblos originarios, no por los americanos de la canción de Alberto Cortez, aunque ellos así lo crean).

Sin embargo, tampoco sería justo decir que descubrieron América, aunque es verdad que fueron los primeros en hollar con su planta este suelo. Ellos son los ancestrosde los llamados "pueblos originarios", aunque se trata también de emigrantes y exiliados, que cruzaron "el charco" (cualquiera que sea el que hayan cruzado) para buscarse una vida mejor, o simplemente para seguir con vida; en última instancia, todos venimos de un mismo grupo de homínidos en África, de donde somos originarios todos.

En fin, que esos "emigrantes originarios" al parecer tampoco se preocupaban mucho de si era un nuevo continente o no, si estaba habitado por otros pueblos "más originarios" o si se trataba de un Nuevo Mundo no profanado por pie alguno. Así que tampoco se les puede atribuir el descubrimiento de América, pues América es un concepto que va más allá de lo geográfico, un concepto que se encuentra aún en plena construcción: llevamos más de diez mil años descubriendo América cada día.

Pero, volviendo al futuro, es decir adelantando los hechos de regreso hasta 1492, tampoco fue el encuentro de dos mundos, sea que entendamos el encuentro como mutuo descubrimiento o como choque sangriento. Se trata de una pobre conceptualización dada por una mala metáfora.

Habitantes somos todos de un único mundo: este precioso planeta azul (y verde) que nos da cobijo en la enorme red que tejemos todos los seres vivos. Hay incluso quien sostiene que el planeta entero es un único y gran ser vivo del que sólo somos una pequeña parte. Si bien esta idea (usualmente conocida como Hipótesis Gaia, aunque en español, tal vez, deberíamos decirle Gea) no es del todo aceptada, es un hecho que sólo tenemos un mundo que compartimos todos (y no sólo con nuestros hermanos de especie).

Siendo, como somos, descendientes todos de una única banda de homínidos en África, que se dispersó por el mundo entero (y no por diversos mundos o pedazos de un mundo), resulta absurdo hablar de un encuentro de mundos diferentes. La biología, al igual que la geografía y la historia, nos muestran que hoy tampoco celebramos el tan cacareado presunto encuentro ni choque de dos mundos: el Viejo Mundo (Europa) y el Nuevo Mundo (América). Más pareceido sería al re-encuentro de grupos hermanos.

Tampoco podemos, empero, decir que en esta fecha se celebre tal encuentro fraternal, como sostienen desde España quienes celebran el 12 de octubre el día de la hispanidad, ni, como se dice en Latinoamérica, el "día de la raza". Esto es otra reducción absurda, por dos razones. La primera, porque el encuentro no fue precisamente fraterno, sino que derivó en una serie de guerras e imposiciones que costaron mucha sangre a lo largo de varios siglos.

En segundo lugar, porque no existe tal cosa como la "raza": concepto anacrónico que hace referencia a una realidad inexistente, la raza es un sinsentido taxonómico dado que la clasificación biológica reconoce como unidad mínima de clasificación a la especie. Siendo todos de una misma especie (Homo sapiens), el añadido de subespecies y razas resulta en la inclusión abusiva de categorías innecesarias e inexistentes.

Y no entremos siquiera al análisis de los hechos biológicos mismos: la diversidad humana no forma grupos homogéneos y discontinuos que nos permitan hacer divisiones en la unidad de nuestra especie, ni en razas ni en subespecies ni, mucho menos, en especies distintas.

Tampoco podemos hablar, por el contrario, de una unidad cultural, ya que no biológica, que nos establecería separadamente del resto de las poblaciones de la especie. La pretendida hispanidad es un mito. Los países hispánicos europeos (España y Portugal) y sus colonias, que entre todos superamos los mil millones de individuos, no formamos una única "raza cultural", ni constituimos una gran hermandad alrededor de algunos rasgos ulturales, como vendrían a ser el habla española (o portuguesa) o la religión (católica en España, por decreto, que para eso asesinaron a muchos durante varias décadas de dictadura).

Quien tenga oportunidad de viajar por los países de la "hispanidad" podrá ver esas diferencias. Podrá darse cuenta de que Filipinas tiene más en común con sus vecinos no hispanos que con la "Madre Patria", o que en México se hablan decenas de lenguas además del español... ¡Vaya!, que ni siquiera en España se puede hablar de una hispanidad, a pesar del discurso centralista: en un país geográfica y demográficamente tan reducido se hablan varias lenguas y se demandan varias nacionalidades distintas.

Vamos, ¿qué tengo yo que ver, a nivel profundo y esencial, con el traidor Pinochet, que no tenga con Patrice Émery Lumumba, para considerarme de la misma "raza de víboras" del asesino y no del negro africano? ¿Qué es lo que me hace hermano del sanguinario Videla, pero no de Confucio? ¿Me puede alguien decir qué tengo en común con el dictador Francisco Franco (confutatis maledictis, como dijera W. A. Mozart, todos ellos criaturas despreciables) que me separa el Alma Grande (Mahatma) Mohandas Karamchad Gandhi? ¿Hispanidad, raza?

Y todvía hay quienes quieren que esta raza hispana inexistente se cobije bajo las faldas de una Virgen milagrosa. Según la tradición católica --y no todos los llamados hipanos del mundo son católicos, ni siquiera cristianos--, María (la pretendida madre virgen de Jesús, el presunto hijo encarnado del hipotético Dios padre), que al parecer a la sazón debía vivir en lo que hoy es Turquía junto con Juan, se le apareció sobre un pilar a Jacob (o sea, Santiago el Mayor), otro de los apóstoles, que se supone estaba predicando en la Hispania Citerior. Para no hacer este cuento más largo, Jacob continuó predicando por todo el sur de los Pirineos, hasta Gallaecia, y convirtió a Hispania al cristianismo, por lo que es el patrono de España.

La aparición de María, desde lo alto de su pilar, le pidió al apostol que construyera una basílica, allí mismo, en lo que hoy en día es Zaragoza (nombre, por cierto, proveniente de la mora Saraqusta que a su vez lo tomó de la romana Cesaraugusta; curiosidades: fue en el Imperio Romano que Cristo habría sido martirizado y su madre y apóstoles perseguidos, y Santiago Matamoros fue utilizado como símbolo en las guerras de la hispanidad católica contra el islam).

Esta presunta aparición habría tenido lugar el 2 de enero del año 39, según nuestra cuenta de años, no el 12 de octubre. Sin embargo, la Virgen del Pilar tiene tres celebraciones en el año: el 2 de enero, el 20 de mayo (que es la fiesta de su coronación) y, por supuesto, el 12 de octubre. ¿Y qué tiene que ver esta parrandera virgen con el avistamiento de tierra por parte de la expedición comandada por Cristobal Colón, el 12 de octubre de 1492? Pues lo mismo que las calabazas y el linóleo: nada. Pero, dado que se pretende que esta fecha sea la señalada para conmemorar la grandeza hispana (que llegó a lo que llegó estampando su pie sobre la sangre de los conquistados y esclavizados) y la Pilarica es la patrona de la hispanidad, pues vale: a celebrar hoy a la hispanidad y su virgen.

Y bueno, a final de cuentas, ¿qué se conmemora este día? Pues lo que a uno le de la gana, a fin de cuentas, que cada quien es libre de conmemorar lo que le salga de las narices. O de las orejas. Así sea un mito, una imprecisión histórica, un error taxonómico o un sisnsentido biológico o geográfico. Yo, por lo pronto, conmemoro ese río de sangre palpitante que nos une, ese hilo fino de vida. ¿Y qué mejor que leer hoy a Pedro Garfias y su "Entre España y México"?

12 de mayo de 2007

Sobre el pesimismo de Wallerstein

Hace poco, en un mismo día, leí dos textos que abordan la problemática ambiental: ‹‹Planta de carbón de emisión cero›› , de Pedro Gómez-Esteban, y ‹‹Desastres climáticos: tres obstáculos para hacer algo››, de Immanuel Wallerstein. No pretendo volver a analizar y comparar estos dos textos, lo hice ya en otro blog, pero puedo decir que ninguno de los dos me dejó satisfecho, aunque la conjunción de ambos me llevó a reflexiones esperanzadoras.

El texto de Wallerstein, sin embago, no resulta esperanzador en sí mismo. Por el contrario: no tenemos 50 años para hacer los ajustes necesarios. El científico James Lovelock lo señaló, con anterioridad, directamente: ‹‹aún si detuviésemos la quema de los combustibles fósiles el calentamiento continuaría todavía por otros 50 años›› (http://www.tierramerica.net/2000/suplemento/pag%207.htm).

El futuro no es halagüeño; por el contrario, el panorama pinta catastrófico, a diferencia de Lovelock (quien aún desde el desaliento percibe esperanzas). Esta visión pesimista y, diríamos, malhumorada se encuentra muy extendida (demasiado) entre los intelectuales en todo el mundo. Y eso me desalienta aún más.

Coincido con Harold J. Morowitz en que, quienes trabajamos con las ideas y la palabra deberíamos adoptar el optimismo como un imperativo moral, para utilizar la frase a la que el bioquímico recurre en su libro La termodinámica de la pizza (Gedisa, 1991).

No pretendo con ello —líbreme, quien me deba librar, de tamaña estupidez— decir que debamos ver todo color de rosa los que nos dedicamos a usar el verbo y el cacumen. Nuestro papel es buscar problemas y soluciones; esto necesariamente es una apuesta por el futuro: no hay solución si no hay futuro. Lo nuestro es una profesión de fe, sin ella no hay búsqueda posible de futuros diferentes.

El pesimismo es la negación de esta esperanza en que las cosas pueden cambiar para bien, que hay soluciones posibles y que debemos buscarlas (y encontrarlas). El discurso derrotista de quienes cierran los ojos, en aras de la crítica, a la fe en el futuro no es más que la renuncia a las responsabilidades que han adquirido al dedicarse a la profesión de crear y recrea conocimiento (esto es, soluciones, visiones de futuro). Para ellos, una petición: dedíquense a una profesión de muerte (y no de vida, de esperanza), como policías o militares; seguramente los mataderos están cortos de personal.

14 de abril de 2007

El hijo de Paulina

En días recientes se ha visto un spot favorable a la despenalización del aborto, que surge en respuesta al de Roberto Gómez Bolaños, autodemoninado Chespirito, el cual dio pie a otro alhaite mío: http://miquel-nadal.blogspot.com/2007/04/chespirito-y-su-aborto.html

Este nuevo spot está protagonizado por Paulina, una mujer que hace varios años recibió amplia cobertura por haber sido víctima de una violación. Entre otras consecuencias de tal acto delictivo y deleznable, Paulina resultó embarazada. Mientras judicialmente se le entorpecía la posibilidad de interrumpir el embarazo, violando sus derechos, diversos grupos e individuos (de los que ahora salen a las calles para protestar en contra del proyecto de despenalización del aborto) le ofrecieron las perlas de la virgen: adoptar al niño, mantenerlo, cubrir todos sus gastos.

A final de cuentas, Paulina no pudo interrumpir su embarazo por muchas causas. Las trabas del aparato judicial y la presión de una sociedad conservadora (por decir lo menos) no fueron, por cierto, las menores de esas causas. El hijo de esta mujer nació, y ninguno de los (supuestos) adalides en pro de la vida cumplió su palabra: Paulina no recibió ayuda de ninguno de ellos. El niño tampoco.

Lo único que le han otorgado a esta mujer, ya tres veces violada (en lo sexual, en sus derechos y, para colmo, en la palabra empeñada), ha sido una campaña de desprestigio basada en chismes de lavadero, literal y metafóricamente. Una cuarta violación, que se suma a las otras tres y a una quinta, que fue la primera: la desprotección que infringe el Estado en contra de los pobres. No puedo evitar pensar que si Paulina hubiera sido una mujer rica, probablemente los guardaespaldas habrían evitado la violación, que su dinero habría engrasado los engranajes judiciales o que Paulina hubiera podido acudir a una clínica particular (en cualquiera de los dos lados de la frontera) para someterse a un procedimiento médico que interrumpiría su embarazo, con o sin el permiso de la autoridad.

Pero, a pesar de todo esto, no es el caso de Paulina lo que motiva mis reflexiones esta vez. Es el contenido de su spot. En él dice que qué bueno que la madre de Chespirito pudo decidir, porque ella, no. Como respuesta propagandística me parece intachable, pero algo me tiene inquieto: el niño. ¿Qué opina él de todo esto? ¿Qué siente?

¿Qué relación existe entre esa madre, multiples veces violada, y el producto de su vientre? ¿En verdad son madre e hijo? ¿Sabe él las condiciones de su concepción, embarazo y nacimiento? Casi todos los argumentos alrededor del aborto se centran en la calidad de vida de la madre o el hecho de la vida del embrión, al que llaman un ser humano en potencia. Pero pocas veces se toma en cuenta la vida que tendrá, si es que llega a nacer, la criatura.

No conozco ningún estudio serio y riguroso sobre las condiciones de vida de los hijos, producto de una violación o no, que iban a ser abortados pero las madres no tuvieron la opción de elegir. Si alguien sabe de algún estudio de este tio, por favor, avíseme.

Preguntas sin respuesta. Estos hijos forzosos, ¿que calidad de vida llevan? ¿Reciben lo necesario y suficente, en todos los aspectos materiales, educativos, afectivos? ¿Qué esperanza de vida tienen? ¿Consiguen trabajos bien remunerados? ¿Se dedican a la delincuencia? ¿Cuántos son adoptados, cuántos son aceptados por sus madres, cuántos son una carga para ellas? ¿Cuántos reciben el cariño y el calor que todo bebé necesita? ¿Sus madres les dan el pecho? ¿Son mas propensos a enfermedades?

Lo más cercano a un estudio de esta clase, que yo haya leído, es el reportaje de John Carlin, "Su padre es mi enemigo", publicado en El País Semanal el pasado 8 de abril. El artículo se puede leer completo en la página http://www.elpais.com/articulo/paginas/padre/enemigo/elppor/20070408elpepspag_6/Tes

Este artículo trata las historias de varias mujeres de Ruanda que fueron victimas de violaciones, durante las acciones de limpieza étnica llevadas a cabo por los tutsi en los años 90: un auténtico genocidio. Según Carlin, se calcula que 20,000 mujeres resultaron embarazadas por violaciones durante el tiempo que duró la masacre (además de las decenas de miles que han resultado infectadas por VIH). Todas las mujeres del reportaje resultaron embarazadas a causa de las violaciones y dieron a luz a los productos del embarazo. Son historias que desgarran a quien ame a sus semejantes, sean prójimos o no.

También he leído crónicas y entrevistas de otros casos, casi siempre centrados en la madre forzada; rara vez se enfocan en los hijos, que tienen que vivir en carne propia los efectos de haber nacido en tales circunstancias. Pero no he sabido encontrar ningún estudio que vaya más allá de lo anecdótico (que siempre es esclarecedor, pero nunca concluyente) y avance en un sentido poblacional, estadístico, que nos permita un panorama general en cuyo marco entender las historias personales. Ambas visiones son necesarias, como los dos lentes de los anteojos, para permitirnos ver la realidad con más claridad.

Mi hipótesis es que la mayoría de los hijos no deseados, paridos en contra de la voluntad de sus madres, no viven una buena vida: no reciben el afecto necesario. Crecen en entornos poco favorables, y eso es lo que aprenden, y eso es lo que, como adultos, propagan. Y así viven sus vidas.

Seguramente habrá excepciones favorables, como Gómez Bolaños, y algunos casos extremos (hijos asenados o abandonados en un basurero), pero, según me parece, estas deben ser las dos colas minoritarias de la curva poblacional. Lo más probable es que la mayoría de los casos sean como el de los hijos de Agnes Uwibambe o de Joseline Ingabire.

9 de abril de 2007

Derechos circunstanciales

En mitad de la presente discusión sobre la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo, por mal nombre ‹‹aborto››, volví a leer un texto de Carl Sagan y Ann Druyan, incluido en el libro Miles de millones del gran divulgador.


En este texto me llamó la atención particularmente una idea, que para Sagan y Druyan resulta secundaria y no la he escuchado en ninguno de los dos bandos, ni los pro-penalización ni los pro-decisión. Y es algo que me sorprende sobremanera, pues llega directamente a una cuestión medular: ¿hay derechos a medias?


La cuestión es la siguiente: en la actual legislación, la interrupción voluntaria del embarazo está permitida bajo ciertas condiciones (conocidas como causales). Entre estas causales está la vida de la mujer embarazada: cuando el embarazo pone en riesgo su vida o integridad (física, porque la integridad social y psíquica de la mujer parecen no tener importancia), puede decidir interrumpirlo. También se puede interrumpir cuando la propia vida del embrión está en riesgo.


Pero hay otra causal que me llama mucho la atención: la violación. Si el embarazo es producto de una violación, entonces la mujer puede decidir terminarlo. Afortunadamente, pues tener que cargar toda su vida con la mancha visible (la peca del pecado) del abuso sufrido, y además tener que cuidarlo, alimentarlo, educarlo, debe ser un infierno que no le deseo a nadie… ni siquiera a quienes atacan el derecho a decidir.


Y lo mismo aplica para la criatura: ¿alguien de buena voluntad podría demandar para otro tener que vivir soportando la cruz de ser hijo de una violación, no deseado por sus padres, mal cuidado, insultado y ofendido cada instante de su existencia? Me parece difícil creer que alguien así esté a favor de cualquier cosa, por no decir algo tan importante como la vida misma.


Pero volvamos al punto: resulta que hay una causal que establece que la legitimidad de la interrupción voluntaria del embarazo depende de las circunstancias en que la concepción se haya llevado a cabo. Es decir, los derechos están sometidos al imperio de las circunstancias.


Es como decir que se tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión sólo si se está de acuerdo con lo que la autoridad considera como verdadero (me suena conocido, creo que algún dictador dijo algo semejante, pero por ahora no recuerdo con claridad). O que se tiene derecho a comer sólo si se tiene dinero para pagar la comida, lo que, de paso, me recuerda haber visto en varios restaurantes caros una leyenda diciendo que allí no se discrimina por razones, entre otras, de posición económica. En fin, eso es tema para otra reflexión; volvamos a la interrupción voluntaria del embarazo.


Cualquiera que sea el bando que se defienda, da lo mismo: el derecho del embrión dependerá de las circunstancias en que fue concebido, o, en el otro caso, la mujer tendrá derecho a decidir según las circunstancias. Pero esto no puede ser así, los derechos no pueden estar sometidos a las circunstancias, no pueden ser derechos si son ‹‹derechos a medias tintas››.


Por ende, o se despenaliza por completo o se penaliza del todo.


Si consideramos que no tenemos derecho, como sociedad que legisla, a poner a la madre en peligro en caso de que las circunstancias impliquen un riesgo para su vida, no podemos prohibirle la interrupción del embarazo en tal circunstancia. Y, como los derechos no pueden estar sometidas al imperio fortuito de las circunstancias y el criterio debe ser único, no podemos ni debemos prohibirle la interrupción voluntaria del embarazo. La única solución legítima y que no mina todo el aparato jurídico basad en los derechos es la despenalización completa del aborto.


Por cierto, e un cartel pro-anti-aborto se lee que si al iolador no se le aplica la pena de muerte, ¿por qué a su hijo sí? Este mismo argumento sensibilero podría plantearse al revés, ¿por qué si al violador no se le aplica la condena de por vida, a su víctima, sí? Pero no caigamos en la provocación. La sociedad no tiene el derecho a utilizar a la mujer violada como portador del hijo no deseados ni solicitados del delincuente. El violador no tiene derecho a perpetuar sus genes por medio de la mujer violada. Tratar de forzar a la mujer a hacerlo es violarla nuevamente.


¿Por qué hay quien tiene derecho a violar derechos de la mujer y quien no?

El aborto de Chespirito

"Y ahora, ¿quién podrá defendernos?" Cuando alguien de la talla intelectual, ética y científica del Doctor Chapatín se opone al aborto con tan profundas y sesudas reflexiones, está todo decidido. No hay quien se oponga a los argumentos profundamente analíticos de Chespirito. ¿O sí?


Dejando de lado las chanzas, el aborto y su despenalización es un tema muy serio y que requiere pensar bien las cosas, sin recurrir a argumentos sensibleros, dignos de una telenovela y no de una razón jurídica.


La verdad sea dicha, la ciencia tampoco resuelve el problema, aunque sí nos proporciona ciertas pautas para abordarlo. Tampoco lo hace la religión. Nadie puede defendernos de tomar nuestra propia decisión y partido. Ni nadie debe intentarlo.


El hecho de fondo es que nadie ni nada puede solucionar el dilema que cada uno de nosotros, a título personal, enfrenta: ¿se debe permitir o no se debe permitir la interrupción voluntaria del embarazo?

Para bien o para mal, no hay respuestas universales, sólo concepciones personales: no todos comparten la postura del clero cristiano y sus grupos de presión, de la misma manera en que no todos comparten los principios de quienes están a favor de la despenalización.


Si no existe ese consenso básico, si no hay una respuesta categórica y definitiva; si cada cabeza es un mundo y cada mundo tiene su propia opinión y toma sus propias decisiones, afortunadamente; en fin, si esto es así, y lo es, ¿cómo se pretende prohibir o regular algo en lo que no estamos todos de acuerdo?


No se puede prohibir partiendo de un principio jurídico de indeterminación. La indeterminación es un principio esencial en física cuántica, pero no en el trabajo legislativo: las leyes deben estar cimentadas en certezas compartidas. No se puede penalizar lo que no se ha consensado como delito. Por lo tanto, hasta que la tipificación del aborto como un delito sea una certeza compartida por la sociedad, y no sólo por algunos sectores, tenemos la responsabilidad histórica de despenalizar la interrupción voluntaria del embarazo.

Aborto y biología

Debido a mi trabajo como docente de biología, y más aún por mi cercanía con los alumnos, en semanas recientes tuve que responder varias veces a la misma pregunta: ‹‹Mike, ¿qué opinas del aborto?›› La respuesta, aunque parece simple, es un tanto complicada. Comencemos por hacer una precisión: lo que está a discusión no es el aborto, es la despenalización del mismo.


Más aún, lo único que se está discutiendo, o al menos así debería ser, es si debe o no aprobarse una nueva causal: si debe permitirse la interrupción del embarazo cuando éste atenta contra los intereses de la madre, pues hasta ahora la ley permite el aborto en otras diversas circunstancias, como cuando es producto de una violación o cuando pone en riesgo la vida de la madre.


Soy un creyente fervoroso respecto a unas pocas cosas, que no incluyen a las instituciones ni a las entidades etéreas. Pero entre ese puñado de cosas en las que creo y por las que estaría dispuesto a dar la vida (aunque no creo que a quitarla) se encuentran la libertad de las personas, el bienestar de todos los miembros de la colectividad y el respeto a los derechos de los demás. Por eso, el de la aprobación de causales que permitan la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) es un tema que no puedo rehuir, por más que me desagrade.


Comencemos por un detalle: no podemos buscar en las ciencias de la vida ni de la mente argumentos a favor o en contra de la interrupción voluntaria del embarazo. Ninguna ciencia puede resolver nuestros dilemas personales; la religión tampoco debería intentar tomarse esa atribución, aunque lleva siglos haciéndolo, por desgracia, y allí están los resultados: guerras, incluso ‹‹guerras santas››, fanatismo, asesinatos religiosos, delincuencia en general; si no ha participado la religión como causa de todos los males que aquejan a la sociedad moderna, tampoco ha ayudado a paliarlos.


Pero tampoco podemos hacer a un lado lo que hemos aprendido con la ciencia, aunque a los oscurantistas Pro-Vida/Anti-Todo bien que les placería. Lo primero que podemos señalar es que, en contra de lo que algunos elementos propagandísticos proponen, la vida no comienza en el momento de la concepción: los espermatozoides y óvulos están vivos; las células que dieron lugar a esos gametos también estaban vivas.


Y así nos podemos seguir hasta hace cosa de 4 mil millones de años —¡se dice fácil!—, cuando surgió la vida en nuestro planeta. El origen de la vida es un tema apasionante por sí mismo, pero no voy a caer en la tentación de discutirlo ahora, a pesar de que podría aportar (tangencialmente eso sí) argumentos a este debate. Tampoco voy a ceder ante la seducción de repetir el argumento de los ‹‹asesinatos›› en cada eyaculación, en cada menstruación, en cada gota de sangre.


El argumento de que el embrión está vivo no tiene solidez: también las bacterias de la tuberculosis o las lombrices intestinales, o el pescado de cada vieres durante la cuaresma. Pasemos pues a lo siguiente: desde su concepción, es un ser humano. Tampoco aquí voy a dejarme tentar con aquello de volver a la Biblia misma o a los más prominentes teólogos, como San Agustín o Santo Tomás, en contra de quienes esgrimen sus argumentos: demasiado fácil y demasiado trillado.


El asunto es mucho más profundo: ¿qué es lo que nos hace seres humanos? No lo es, en definitiva, el pool genético (es decir, el material hereditario dentro de nuestras células) ni nuestra estructura celular. Nuevamente, un espermatozoide y un ovulo, o una célula del recubrimiento interior de la mejilla (por cierto, para los no iniciados en el lenguaje críptico de la nueva religión —las Ciencias; en otra ocasión hablaremos, si gustan, de la ciencia como religión—, este tejido recibe el nombre de epitelio) serían ‹‹seres humanos›› y no lo son. Tampoco son seres humanos la miríada de células (humanas, eso sí, sin lugar a ninguna duda) vivas que mueren al retirar un riñón o un hígado defectuosos, durante un trasplante.


Lo que nos hace seres humanos va mucho más allá del genoma o estructuras celulares como las mitocondrias (que, en nuestro caso, son heredadas sólo por vía materna). Implica toda una estructura orgánica pluricelular y extremadamente compleja, formada por múltiples tejidos, órganos, sistemas, que no terminan de desarrollarse durante el embarazo: aunque los órganos en general se forman en el segundo trimestre del embarazo, el desarrollo completo de muchos de ellos, como el sistema nervioso, toman más tiempo, incluso después del nacimiento.


Pero la estructura no basta: para considerar que se trata de un ser humano, y no sólo de un conjunto de órganos parasitarios, el organismo debe ser funcional, debe ser capaz de mantenerse vivo a sí mismo. Y es tampoco lo lleva a cabo el embrión. Por lo tano, la definición de qué nos hace humanos va más allá del desarrollo embrionario y el embarazo, lo que descalifica el argumento de que el embrión es ya un ser humano: el embrión se encuentra en una etapa de indeterminación en que aún no es un individuo de ser humano, pero sí es una entidad viviente.


No hay en las ciencias de la vida un solo argumento a favor de la prohibición del aborto. De hecho, algunos investigadores hablan de interrupciones del embarazo en otros animales, bajo condiciones adversas, ya que esto favorece la supervivencia de la especie (o, mejor, de la población), pues dejar a un embrión desprotegido sacrificando a la madre sería matar a ambos (la madre sacrificada y el embrión que no puede sobrevivir de manera autónoma). No comparto los postulados del mal llamado darwinismo social, pero esto es algo que tiene una función biológica y ecológica.


También se ha dicho que en especies con estructura jerárquica con dominancia estricta, se producen abortos ‹‹espontáneos›› por cambios hormonales debidos a cambios en la población: cuando hay un nuevo macho dominante cuya descendencia podría competir con los embriones ‹‹en camino››. Hay machos que matan a las camadas del macho dominante previo, y en los pájaros se da el caso de que el hermano mayor mate al menor, o que lo saque del nido siendo aún huevo de forma que los padres no lo empollan y muere, lo que sería el equivalente a un aborto aviar.


Pero, dirán, no somos simples animales (aunque biológicamente, sí lo somos). Somos mejores, superiores que los changos (aunque no lo somos). Somos diferentes porque somos capaces de comportarnos de manera diferente, podemos tomar decisiones sobre nuestros actos.


Aunque esta diferencia es falsa, pues otros muchos animales (de entrada todos los mamíferos) también son capaces de tomar decisiones y lo hacen, estoy de acuerdo: los seres humanos somos capaces de tomar decisiones, nuestra conducta no está determinada por los genes ni por el ambiente en que nos desarrollamos, no tenemos por qué comportarnos como los demás animales, es algo que podemos cambia. Naturaleza no es desino, por fortuna.


Y aquí está el meollo del asunto: si somos capaces de comportarnos de manera diferente, si la toma de decisiones es lo que nos hace seres humanos, al menos en el plano moral y no en el biológico, entonces aceptemos la decisión y respetémosla. Respetemos el derecho a decidir de los involucrados en esta toma de decisión.


Desafortunadamente, el embrión no es un individuo con capacidad de decidir; sólo lo es la mujer embarazada. No le neguemos a ella su humanidad: su capacidad de decisión. Respetemos s derecho a decidir libremente, sin coerciones de ningún tipo.


Por todo ello, la respuesta, por más simple que parezca, siempre ha sido la misma: estoy en contra del aborto, pero a favor de su despenalización. A veces, incluso, hay quien pregunta por qué.

¿Por qué alhaites?

¿Por qué titular esta bitácora como Alhaites?

La respuesta corta es porque me gustó y se me antojó; soy una persona antojadiza, en muchos de los giros que puede tomar ‹‹antojo››.


Pero, antojos de lado, con algo más de examen y una respuesta más larga, un alhaite vendría a ser una joya, pero no cualquier tipo de joya: de acuerdo con su etimología (del árabe hispánico alẖáyṭ, que a su vez proviene del árabe clásico ẖayṭ), es un hilo. De allí, pues: adornos considerados preciosos, unidos por hilos.


Exactamene eso es lo que me interesa al crea esta bitácora: joyas unidas por hilos. Pesamientos, asociaciones, ideas, reflexiones, versos, sentimientos. Lo que sea que se pueda prender, en cuaquiera de sus sentidos, a alguno de estos hilos.