Hace poco, en un mismo día, leí dos textos que abordan la problemática ambiental: ‹‹Planta de carbón de emisión cero›› , de Pedro Gómez-Esteban, y ‹‹Desastres climáticos: tres obstáculos para hacer algo››, de Immanuel Wallerstein. No pretendo volver a analizar y comparar estos dos textos, lo hice ya en otro blog, pero puedo decir que ninguno de los dos me dejó satisfecho, aunque la conjunción de ambos me llevó a reflexiones esperanzadoras.
El texto de Wallerstein, sin embago, no resulta esperanzador en sí mismo. Por el contrario: no tenemos 50 años para hacer los ajustes necesarios. El científico James Lovelock lo señaló, con anterioridad, directamente: ‹‹aún si detuviésemos la quema de los combustibles fósiles el calentamiento continuaría todavía por otros 50 años›› (http://www.tierramerica.net/2000/suplemento/pag%207.htm).
El futuro no es halagüeño; por el contrario, el panorama pinta catastrófico, a diferencia de Lovelock (quien aún desde el desaliento percibe esperanzas). Esta visión pesimista y, diríamos, malhumorada se encuentra muy extendida (demasiado) entre los intelectuales en todo el mundo. Y eso me desalienta aún más.
Coincido con Harold J. Morowitz en que, quienes trabajamos con las ideas y la palabra deberíamos adoptar el optimismo como un imperativo moral, para utilizar la frase a la que el bioquímico recurre en su libro La termodinámica de la pizza (Gedisa, 1991).
No pretendo con ello —líbreme, quien me deba librar, de tamaña estupidez— decir que debamos ver todo color de rosa los que nos dedicamos a usar el verbo y el cacumen. Nuestro papel es buscar problemas y soluciones; esto necesariamente es una apuesta por el futuro: no hay solución si no hay futuro. Lo nuestro es una profesión de fe, sin ella no hay búsqueda posible de futuros diferentes.
El pesimismo es la negación de esta esperanza en que las cosas pueden cambiar para bien, que hay soluciones posibles y que debemos buscarlas (y encontrarlas). El discurso derrotista de quienes cierran los ojos, en aras de la crítica, a la fe en el futuro no es más que la renuncia a las responsabilidades que han adquirido al dedicarse a la profesión de crear y recrea conocimiento (esto es, soluciones, visiones de futuro). Para ellos, una petición: dedíquense a una profesión de muerte (y no de vida, de esperanza), como policías o militares; seguramente los mataderos están cortos de personal.
El texto de Wallerstein, sin embago, no resulta esperanzador en sí mismo. Por el contrario: no tenemos 50 años para hacer los ajustes necesarios. El científico James Lovelock lo señaló, con anterioridad, directamente: ‹‹aún si detuviésemos la quema de los combustibles fósiles el calentamiento continuaría todavía por otros 50 años›› (http://www.tierramerica.net/2000/suplemento/pag%207.htm).
El futuro no es halagüeño; por el contrario, el panorama pinta catastrófico, a diferencia de Lovelock (quien aún desde el desaliento percibe esperanzas). Esta visión pesimista y, diríamos, malhumorada se encuentra muy extendida (demasiado) entre los intelectuales en todo el mundo. Y eso me desalienta aún más.
Coincido con Harold J. Morowitz en que, quienes trabajamos con las ideas y la palabra deberíamos adoptar el optimismo como un imperativo moral, para utilizar la frase a la que el bioquímico recurre en su libro La termodinámica de la pizza (Gedisa, 1991).
No pretendo con ello —líbreme, quien me deba librar, de tamaña estupidez— decir que debamos ver todo color de rosa los que nos dedicamos a usar el verbo y el cacumen. Nuestro papel es buscar problemas y soluciones; esto necesariamente es una apuesta por el futuro: no hay solución si no hay futuro. Lo nuestro es una profesión de fe, sin ella no hay búsqueda posible de futuros diferentes.
El pesimismo es la negación de esta esperanza en que las cosas pueden cambiar para bien, que hay soluciones posibles y que debemos buscarlas (y encontrarlas). El discurso derrotista de quienes cierran los ojos, en aras de la crítica, a la fe en el futuro no es más que la renuncia a las responsabilidades que han adquirido al dedicarse a la profesión de crear y recrea conocimiento (esto es, soluciones, visiones de futuro). Para ellos, una petición: dedíquense a una profesión de muerte (y no de vida, de esperanza), como policías o militares; seguramente los mataderos están cortos de personal.
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